sábado, 13 de noviembre de 2010

Sobre la felicidad, el aburrimiento de una utopía y el real calor humano

A veces nos enrollamos en un ovillo y no vemos, ni saboreamos, ni leemos, ni bailamos felicidad. Ante semejante vacío insostenible decidimos irnos de compras y pagar por algo que no es material de trueque:
¿Qué es la felicidad? ¿Por qué será que los seres humanos nunca podemos encontrar respuestas a preguntas tan simples en apariencia? ¿Por qué cuando se habla de felicidad todos ponemos cara de signo de interrogación y un pequeño exhalo cargado de anhelos nos hace pensar en añoranzas?  ¿Alguien se ha parado a pensar que la felicidad es nuestro estado natural? ¿Alguien se ha preocupado por enseñarnos en la escuela que no sólo  es nuestro estado natural, sino un derecho legitimo de nacimiento?
Esta humilde servidora cree fervientemente que existe y no solo es alcanzable, sino que además la tenemos cobijadita dentro, como la respiración… está ahí, latente, perenne, inmune a la vida y sin embargo, escondida y atrapada en nuestras aventuras y desventuras cotidianas. La felicidad nos habla bajito, nos susurra aliento cálido y decididamente no se muestra al público con carcajadas de titiritero.
Ser feliz es no ver gran diferencia entre quienes somos y quienes queremos ser, sino ser lo que somos sin parsimonia, con el alma abierta y amando la vida a rabiar. Es no esconder lo que nos duele y sentir el cariño de la mano que te sana cuando tú no puedes. Es no querer más de lo que tienes mientras confías en tu habilidad de conseguir todos tus sueños. Es vivir estando vivo de verdad, y no como un autómata delante de la caja tonta (perdón, quise decir televisión), como recién salido de un libro de Adolf Huxley. Es romper barreras sociales, culturales y mentales impuestas por  personalidades arcaicas y almidonadas que no pueden soportar el frescor del libre albedrio de vivir. La felicidad no es reír siempre, si no vivir sin miedo al llanto.
Qué fácil es hablar… ¿verdad?...  Y aun así yo me pregunto si estará tan bien escondida  y arropada en nuestro mundo interno, que mientras más buscamos fuera no la encontramos dentro. Cabe la posibilidad de que la hayamos definido mal desde el principio, como un estado de plenitud constante… inverosímil, quimérico y estúpidamente lejano y ajeno a nuestras vidas. Yo (que soy culo de mal asiento) me aburriría hasta extremos absurdo y limites desconocidos si viviera en un estado de plenitud total. Soy mucho más feliz viviendo de verdad, aquí y ahora, con las escaladas alpinas que a veces te pone la vida por delante y con los agujeros oscuros a los que de vez en cuando me tiro de cabeza, sin mapa y sin ánimo de encontrar el camino de vuelta pronto.  
Quién sabe, igual es simplemente tan sencillo como saber que podemos elegir ser felices, que tenemos la capacidad de elección en cada situación a la que nos expone la vida. Arrimarse a una candela que te caliente el corazón cuando esta frio es ser feliz… pero claro, para llegar a ella primero tenemos que elegir caminar hasta la lumbre en lugar de quejarnos por la escarcha.
Para mí la felicidad se lee como Benedetti, huele a Jazmines y Dama de Noche en primavera, suena como Piazzola o Morente, sabe a sorbete de limón y ronronea como mi gato Ramsés… en resumidas cuentas, estoy viva.   

2 comentarios:

  1. buenísimo mi mas enhorabuena por tu blog un saludo desde el sur.

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  2. Antonio... acabo de ver tu mensaje!! muchas gracias por tu comentario.... me hizo muy feliz leerlo.... otro saludo de una surenha a un surenho xxx

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