miércoles, 27 de octubre de 2010

Las salpicaduras, la culpa, los limites y lo que nos sale del alma

¡Levanten la muralla señoras y señores! ¡Levanten la muralla por que es mi hora de explotar y salpicarlo todo!... En ese punto nos encontramos todos en un momento u otro. Bien sea con premeditación y alevosía o tan solo por torpeza emocional, más tarde o más temprano (o en muchos casos más temprano que tarde) siempre se nos cae un trozo líquido del corazón al suelo… y ahí vamos entonces, salpicando todo lo vivo y lo inerte que se atreve a existir en nuestro camino. Explotamos, explotamos y volvemos a explotar con el enfado.
Yo últimamente salpico mas de lo que quiero (he de reconocer)… a veces me sabe a justo, otras me sabe a estrés, otras a frustración disfrazada, pero lo que siempre puedo diferenciar en mi paladar es el sabor amargo de la culpabilidad (la culpa es como un buen queso… le coges el sabor predominante al final). Culpa porque manché  a mi compadre de rojo acalorado, culpa porque la vocecita interna te recuerda que tus creencias no se casan con la barbaridad pronunciada en un momento de arrebato. Culpa, en superlativo y al cuadrado, por haberme fallado como persona…. Pero es ahí, en esa última culpita (que a veces ni recordamos que existe) donde reside la solución. Es en ese recoveco de nuestros sentíos, allí donde no mira nadie y donde nosotros mas que nadie nos negamos a observar, donde nos planteamos si nuestro  volcán en un vaso de agua ha herido a alguien al que amamos, o si le hemos jodido la mañana al pobre conductor de autobús… afortunados los que llegan a este punto de autoexamen… afortunados los que sólo usan la culpa como punto de inflexión y no como un sistema de auto castigo.


Los límites, todo esta basado en los límites. ¿Dónde esta la línea que divide su libertad de la mía, sus derechos de los míos, su sentimiento de victima y mi autentica culpabilidad? Se sobre pasan los limites porque nos han enseñado a vivir en la calle del victimismo, o porque ese día, ese minuto en concreto, ya no damos más de si, dentro de esta sociedad loca que nos arranca del lado de la madre tierra, de la Pachamama… nos perdemos en el asfalto. Cruzamos la frontera porque nuestro dolor desde la infancia moldeó  con nosotros seres doloridos y no erguidos. Cruzamos la frontera del otro por no saber cruzar la nuestra interna… ¿y qué ocurre entonces? Nuestro interlocutor, el cual es a la par víctima y verdugo levanta muros de diamantes, tan duros que nada los rompe pero tan transparentes que pueden seguir observándote… aunque sea de lejos. En este punto, entre rotas barreras personales de autoestima dolorida y fosas medievales de protección, nadamos en nuestras relaciones, nos comunicamos y a veces hasta intentamos amarnos.
 Siendo seres humanos podemos dar pasos que nos encaucen fuera de este arcaico mecanismo de protesta. Protesta hacia nosotros mismos y hacia los demás… la frase “es que yo soy así” nos debería estar prohibida, nos anula nuestro derecho vital a ser mejor persona, perfecta excusa para la ignorancia sobre el ser. ¡Eso no es lo que somos! puede que sea lo que fuimos pero decididamente no tiene por que ser lo que seamos. Se puede mostrar el alma al descubierto, expresar el dolor sin arrancar  el brillo de la vida, se puede ser sin doler y el dolor no tiene por que ser vida interna. Se puede elegir, cruzar tu propia frontera de descalabros internos sin sanar y llegar a tu epicentro para no abandonarte nunca mas…. Es un viaje sin llegada, es el viaje de la vida, es el viaje de ser sin ser lo que fuimos. Es la travesía de vivir sin pesares. ¡Ánimo mundo! ¡Podemos vivir eligiendo lo bueno que nos sale innato del alma!

2 comentarios:

  1. Una vez iba un escorpión paseando por el bosque, cuando se encontró en frente un caudaloso rio el cual no podía cruzar. Observó una ranita que nadaba en él y se dirigió a ella:
    - Ranita, deja que me apoye en tu espalda y me llevas al otro lado , por favor.
    A lo que la rana respondió:
    - Sí, claro, crees que estoy loca. Me picarías.
    - Pero ranita, date cuenta de que si hiciera eso moriríamos los dos.
    La rana se lo piensa un rato y, tras ver la cara de cansancio y pena del escorpión, accede a llevarle.
    El escorpión se apoya en su espalda y los dos comienzan a cruzar el rio.
    Cuando están a mitad de camino, la ranita siente un agudo pinchazo en su piel y se desgañita de dolor.
    - ¡Escorpión..por qué lo has hecho, ahora moriremos los dos!
    Y el escorpión respondió:
    - Lo siento ranita, no he podido evitarlo, es mi carácter.

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  2. jajaja... me gustan tus comentarios... una cosa es la naturaleza instintiva e intuitiva de los animales (muy sabia por cierto)y otra muy distinta nosotros como seres evolutivos a nivel individual (a nivel social parece mas bien que
    !in-volucionamos!)... hay mil puertas de entrada al cambio, solo hay que querer abrirlas y esforzarse. Como ultimo detalle... en la vida real la rana se habria dado cuenta de que es responsable de su seguridad antes de hacer el bien a costa de su vida... si hubiera resucitado seguro que se sentiria victima cuando fue ella la que tomo la decision... no crees?

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